miércoles, 3 de diciembre de 2014

La comadreja



Hay un pequeño arroyo
que cruza la ruta
en el camino de tierra,
es de noche y vemos solo
algunos faroles encendidos.
La luna chispea sobre el suelo
marca el azul profundo del agua.
Parás el auto
la comadreja se alumbra 
en la entrada de la casa.
Es grande como un gato
sus garras tocan
las filas del portón.
El cuerpo gordo, erizado, su pelaje cobre.
Parece tibia.
Una boca como de oso.
Sus ojos, muy pequeños.
La comadreja me asusta
pero ella apenas se mueve.
Me asusta porque me atrae.
Es la primera vez que veo una
entonces, no sé cómo nombrarla.
Estoy al lado de un hombre
que despejó el follaje 
para mostrarme un animal
que no había visto antes.
Como al hombre y a ese pato
que se acerca por el arroyo.
Distingo bajo la luz de los faroles
solo las plumas del pato, blancas.






martes, 9 de septiembre de 2014

Tus cosas


Dejé la casa y no recuerdo cuando fue.
No se adonde fui tampoco.
Dejé la casa y nunca abrí el placard.
No me metí en tus cosas.
Nunca quise tocarlas.
Nunca quise tocar tu ropa.
Dejé los aros las pulseras
la cajita de música con la cuerda rota
las cartas en los cajones
el álbum los zapatos
las remeras el maquillaje los adornos.
¿Alguien habrá tirado tu cepillo de dientes?
La vecina dijo que guardaría todo para mi
para cuando mi hermana y yo
quisiéramos volver a tener algo tuyo.
El día en que le dije que los óleos pastel
que me mostraba eran de mi mamá
ella insistió en que no era así
dijo haberlos comprado en una feria hacía unos años
pero yo conocía esos crayones magenta y ese rojo rubí
gastado más que los demás colores de la caja.
Nunca más volví a la casa de la vecina.
Tampoco a la casa en la que vivíamos con mamá.
El único contacto que tuve con los objetos
fue tirarlos en bolsas de color oscuro o madera 
a escondidas, durante años
a la hora de la siesta
en la casa de los abuelos.
Lo que más me costó
fueron esas pantuflas rosas
que usabas cuando estabas enferma.
La abuela insistía en guardarlas
ella veía algo tuyo
yo veía todo lo ajeno.


 


viernes, 29 de agosto de 2014

Después


Hoy pensé
en cómo sería extrañarte.
Pero extrañarte de verdad.
No una ficción que creo
sino esa, que permanece
como si no fueras a volver
como si después de cerrarse la puerta
pegar el grito salir corriendo
no hubiera nada más.
Un día puede que extrañarte sea eso.
No un desgarro
pero sí algo que punza el pecho.
Algo que no se ignora.
Mientras cocino hago la cama
leo un libro o riego las plantas.
Y del otro lado, el silencio.
Después un río que pasa
después mi cuerpo
y después yo con tu nombre.
Desnuda bajo el cielo y el sol
ya no oculto nada.
Solo veo una estrella.
El cambio es una fuerza que empuja
como las olas.
Imagino extrañarte
y me da miedo
que sea un sonido que raspe
más de la cuenta.
Extrañarte cuando venga el día
y tenga que buscar las flores afuera.
Al sol.

 



miércoles, 20 de agosto de 2014

Cascada


Llegamos al valle.
Hay que subir la montaña
después de pasar el sendero
por el que nos llevó la camioneta
que nos levantó en la ruta.
Yo no sé quién soy
entonces no pregunto adónde vamos,
me dejo llevar.
El cielo está despejado
y el sol retumba
sobre el camino liso de tierra seca.
Todo es dorado a esta hora de la tarde.
Somos varios los que vamos hacia la montaña
algunos de los chicos están desnudos
bajo esas toallas anudadas a la cintura.
Yo disimulo, mi piel está roja
cada vez más roja
pero pienso que es parte
de la entrega a la naturaleza.
Es solo naturaleza, me digo.
Caminamos durante un rato largo
el suficiente como para perder
la noción del tiempo.
Vas adelante y ya no veo
ni el contorno de tu espalda.
El calor sube por la tierra
y empaña el horizonte.
La montaña está adentro de otra montaña.
Cruzamos unos troncos sobre el río.
Tengo tanto miedo de que me lleve la corriente
pero veo el suelo de piedras plateadas
y las piso con fuerza, me sostengo.
El agua de la cascada
cae como si cayera sin tocar nunca nada.
Hay que meterse por debajo de un túnel
detrás de la piedra más grande
y ahí, adentro de la montaña
el mundo huele a roca y el color es terso
y el frío es seco.
Cruzo la caída del agua con brazadas grandes
el peso del agua me empuja.
Al abrir los ojos mi boca casi está muerta.
El cielo se abre entre los árboles.

viernes, 18 de julio de 2014

Película


El dique está casi vacío
este verano
y el sol me guía
por la marca que deja
sobre el agua, esos brillos
como chispas en la superficie
marcan la profundidad.
Me acuerdo
de la película que ví
la noche antes del viaje.
El actor contaba los años
que su hijo viviría
sin él
después de su muerte.
No quiero pensarlo
pero lo pienso:
cuántos son los años
que ya vivo sin vos
cuántos me quedan
sin nombrarte más.
Podríamos haber venido alguna vez
a esta casa.
A veces, hago como si habláramos
por teléfono.
Te cuento que te encantaría
cómo quedó la zona
tan arbolada
y tranquila en esta época.
Te cuento de los frutos nuevos
del ciruelo
del ceibo que se secó en la esquina.
Es extraño no recordar un tono
en la distancia de la voz.
El agua me llega a la cintura
me estiro, cierro los ojos
sumergida
todos los sonidos
forman un mismo cuerpo.

 




lunes, 2 de junio de 2014

Aviones

Caminé cerca del aeropuerto
y los aviones
volaban sobre mí
¿a cuántos metros de mí?
¿a cuántos metros del suelo?
Fueron tres.
A cada uno lo miré
venir y bajar
hasta la pista de aterrizaje.
Cambiar sus dimensiones
a medida que se acercaban.
Podían ser cualquier cosa ahora.
¿Cuán grande es un avión?
Entre lo que creo y lo que veo
entre el cielo y yo
hay solo unos pocos metros
de distancia
todas las posibilidades.
Podría caer sobre mí
una de estas máquinas gigantes
pero sé que eso
no va a ocurrir hoy.
Si muero, quiero estrellarme contra la tierra
viniendo del cielo.
Un avión se acerca
prende sus luces
rojas contra el celeste
respiro ese aire traído de lejos
¿tendrá arena de algún desierto?
El avión corta el espacio
lo bordea como las aves
traza una línea fina
imperceptible.
Cierro los ojos un segundo.
El pasto está húmedo bajo mis pies
siento tu mano, los dos reímos.
Así me gusta vivir.
Permanecemos quietos
veo tus ojos
abiertísimos como tu boca.
Esta es la cercanía
ver los aviones pasar
cambiando el cielo de color.




viernes, 16 de mayo de 2014

Habitación

Las persianas del hotel
se mueven y hacen ruido
a madera vieja y seca.
Entra la luz del día
pasa por las cortinas.
Vemos rosada la pared.
Despertás y sin dejar de abrazarme
tu boca se queda quieta, sobre mi nuca.
Abro los ojos
sostengo la respiración
quiero que se empalme con la tuya.
Afuera hay mucho viento
en este lugar del oeste con laguna.
El cuadro de los caballos
se ilumina.
Son cuatro y corren en paralelo
dos y dos
y bordean un río.
Sabemos que afuera
están las montañas y los pinos
que vendrá en un rato mucho sol
que hasta las 11 hay desayuno
que probablemente ya solo quede café.
Suena una radio en el pasillo
una mujer tararea una melodía
que no logramos distinguir
-el hotel a esta hora
ya debe estar casi vacío-
es el único sonido que oímos
en esta cama nueva que nos contiene.
Las sábanas huelen a perfume
concentrado de rosas
y el calor nos humedece
de a poco la piel.
Para salir deberíamos ducharnos, digo.
Afuera está el lago.
Pero todavía ninguno se mueve.
Durante el viaje en la ruta
el colectivo nos llevaba
nosotros íbamos quietos.





  

sábado, 10 de mayo de 2014

Nacimiento

Le pregunté a la abuela
por el día de mi nacimiento.
¿Qué hacías cuando tu hija
se convertía en madre?
Ella se acomoda el volado
de la camisa de domingo
ese azul, ahora gastado
por el sol de las tardes
sentada en la vereda.
Hace un movimiento con los ojos
uno que no puedo seguir
se queda quieta en la virgen
esa, que cambia de color
con el clima.
La virgen está violeta
es la humedad, va a llover.
Me acuerdo
del día en que me enteré
que al nacer mamá
la abuela casi se muere.
La partera se asustó
mamá nació en una sala de hospital
y la abuela temblaba.
Me contaron que el médico
le preguntó a mi abuelo
a quién salvamos
a las dos, respondió.
Claro que a las dos, dijo
como excusándose.
Y cada vez que lo cuenta
es lo mismo.
Como si aún tuviera
una culpa
por haber tomado
ese riesgo ineludible
de quererlo todo. 

domingo, 4 de mayo de 2014

Trampolín


Desde la ventana del colectivo
al llegar a la ciudad
veo cruzando el cielo un avión.
Es temprano
y su contorno se mezcla
con el blanco de la niebla.
Me detengo a mirarlo pasar
la ruta avanza
el cielo también.
La línea que deja
es una escarcha
que dibuja trazos
que son rastros
en medio de la velocidad.
La superficie lisa
cada vez más celeste del cielo
me recuerda la vista
del agua desde el trampolín.
Mi hermana ya en la pileta
el club casi vacío a esa hora
y yo con el miedo
entre el vapor y la humedad.
Estoy en el borde
a la espera del salto
que no suene el silbato aún
miro el agua, la veo tan cristalina
y abajo
los azulejos brillantes
y ese calor en el cuerpo
ese calor de la proximidad.
Detenida, puedo ver hasta el aire
sobre mi piel
como lo hondo de una tormenta
que enciende el cielo
o la estela

del salto de un avión.

miércoles, 9 de abril de 2014

Feriado

A esta hora de la mañana
no hay nadie en la calle
salvo una o dos bicicletas
que van lento
salvo ese carro de caballos
que recién pasa
salvo las macetas
que sobreviven al invierno.
Paso por la puerta de una escuela.
No es la 63 de la calle Vicente López
no puede serlo porque estoy en otra ciudad.
Es otra escuela pero la puerta
es casi la misma
los barrotes pintados de amarillo
el patio al frente.
La abuela el otro día dijo
mientras mi hermana y yo
la mirábamos abrir los ojos
como si estuviera viendo
una virgen llorar,
que los actos escolares
le llenaban el alma.
El pecho de mi abuela se abre
ella tuvo el alma llena como un globo.
Siempre en primera fila
el peinado de rulos y fijador
impecable.
Mamá sacando fotos
con esa cámara vieja
que hacía ruido con el flash.
Yo vestida de patria
el pelo suelto
y un gorro de papel crepe.
En ninguna de las fotos
miro a la cámara.
Estoy seria, con la mirada perdida
sobre las tablas de madera
del escenario en el gimnasio escolar.
Al lado mío está Jesica
tan alta que no me acuerdo
del color de sus ojos.
No hay nadie en la calle
a esta hora de la mañana
solo esta luz pálida
sobre el carro vencido de los caballos
su madera resplandece
como el alma llena de mi abuela.